Gerardo Piña
Qué duda cabe que la mayoría de nosotros -máxime después de haber residido en los Estados Unidos durante algunos años- se nos escapa de vez en cuando algún que otro anglicismo. Claro, que hay anglicismos graves y otros que son peccata minuta; como también hay barbarismos y hasta barbaridades lingüísticas. Basten un par de ejemplos (y perdonen que los extraiga de mi experiencia personal) para ilustrar lo que afirmo.
Hacía un mes que acababa de llegar por primera vez a los Estados Unidos, cuando un malhadado día, la mujer que hacía la limpieza en donde a la sazón me hospedaba, me preguntó a bocajarro: "¿Quiere que le vacuna la carpeta, mister?", "¿cómo?, le pregunté asustado. "¡¿Qué si quiere que le vacuna la carpeta?!", repitió un tanto amoscada, la señora, señalándome con displicencia la alfombra que pisábamos. Yo que en un principio me había alarmado sobremanera creyendo que el Departamento de Inmigración iba inocularme otra de sus inefables vacunas, so pena de ser inmediatamente deportado a mi país de origen, sonreí tranquilizado al darme cuenta de que la pobre y buena señora sólo quería saber si debía o no pasarle la aspiradora a la alfombra. Podía respirar en paz: la señora de marras no pertenecía ni por asomo a la emigrase "Migra". En otra ocasión, recibí una carta-invitación de una ilustre institución cultural hispánica de Nueva York (de cuyo nombre no quiero acordarme), en la que se me invitaba a asistir a su verbena anual para recaudar fondos. En una postdata -al pie de la carta- en letras mayúsculas, se leía "NIÑOS SERAN VENDIDOS EN LA TAQUILLA DE ENTRADA, PRECIO 3,00 $" "¡Caramba -exclamé estupefacto-, mira por donde voy a hacer el negocio del siglo! ¡Con la cantidad de parejas que -por hache o por be- se desviven por adoptar a una criatura, clientes no han de faltarme¡".
Pero, cuando, engatusado por tan irrechazable como insólita oferta, aquel domingo de mayo acudí a la fiesta, me extrañó no ver más que los tres o cuatro mocosos, que, con sus papás y mamás, se aprestaban a entrar a la dichosa verbena. "A lo mejor -pensé-, como los niños eran tan baratos (¡a precio de ganga¡), se habrán vendidos todos". Sin embargo, espoleado por inveterada curiosidad, y ya una vez en pleno jolgorio, me acerqué a uno de los organizadores, y , con la carta-invitación en la mano, le pedí, muy cortésmente, que me aclarara aquello de "NIÑOS SERÁN VENDIDOS EN LA TAQUILLA DE ENTRADA". ¿Aspiraba,en verdad, aquella insigne y proba institución a promover la venta infantil? Y de ser así, ¿cómo qué ocultas, siniestras, aleves intenciones? Un tanto molesto el hombre por lo que suponía (¡y suponía bien) una impertinencia mía, me confesó que había sido un error, un imperdonable desliz de la persona (cuyo nombre me relevó) que había relatado la esperpéntica carta; que lo que había querido decir realmente aquel irresponsable plumífero era que las ENTRADAS DE LOS NIÑOS SERÍAN VENDIDAS EN LA TAQUILLA. ¿Anglicismo? ¿Barbarismo? ¡No! ¡Barbaridad!
Uno, después de varios años en este país, está curado de espanto, pero todavía siente vergüenza- vergüenza ajena- cuando, a diestro y siniestro oye decir: "estoy supuesto", por "se supone", "vuelvo p'trás", por "regreso", o soy nacido", por "nací". Pero de estos y otros anglicismos, barbarismos o barbaridades me ocuparé otro día.
NOTA DEL EDITOR. El mensaje que jocosamente nos envía el autor es bien serio. A menudo observamos en la comunicación, tanto oral como escrita, cierto abandono en la manera de usar propiamente el idioma español. Las palabras habladas se las lleva el viento, y los errores se evaporizan. Sin embargo lo escrito, queda, en particular, lo impreso. Las instituciones y personas que imprimen sus ideas deberían celosamente evitar el mestizaje entre el español y el inglés. Por nuestra parte, desde que iniciamos Coloquio hemos velado por no abastardar nuestra lengua con la terminología inglesa, mientras exista en nuestro léxico el vocablo adecuado, e intentamos comunicar nuestras ideas usando las estructuras gramaticales de la lengua española. No somos perfectos, pues de cuando en cuando se nos ha escapado algún que otro anglicismo, aunque pocos, cuando ya era tarde para corregirlos. Lo importante es que nuestra meta ha sido, y es, mantenernos alertas para que el español que se imprime en Coloquio no contribuya a que nuestra bella lengua se convierta poco a poco en un dialecto híbrido. Fuente: Revista virtual Coloquio
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5 comentarios:
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